Cristal húmedo de la
ventana,
roció amanecido en el
capullo y grama,
un pájaro negro salta
y grita en la calzada,
alfombra de eucalipto
refresca y aromatiza la mañana
dos niños sonríen
diciendo adiós,
el amo y su perro
sigilosos pasean.
La densa bruma…
señorea,
un perro vagabundo se
reguarda del frio,
maratonistas veloces
pasan,
despierta el pueblo y
su afán;
mientras un alma entre
tantas languidece,
en el canapé de
nostalgias,
con dos manos vacías,
con dos manos vacías,
como templo sin
sacerdote,
como ataúd sin su
muerto.
Camina en campos
desiertos con el cariño
sincero trabado en el
corazón y el pensamiento,
los labios helados…
ausentes de besos,
sus brazos secos como
árido desierto
sin caricias que le
alienten.
Con la mirada serena
vigila el firmamento
lanzando su dolorosa
lira,
exprimiendo gota a
gota su melancolía,
deseando morir ese
mismo día.