5 de enero de 2017

ADIOS






Salí sin ser notada
como penitente de semana santa,
o noche sin estrellas,
mientras reventaban en el asfalto
lágrimas y con ellas los funestos
recuerdos.

Saturado el corazón de tristeza
por la hiriente hipocresía milenaria,
vestida con el mísero uniforme gris
de melancolías,
avanzaba con paso sigiloso
bajo un toldo azul,
llamado cielo.

Susurraba lo que creí perder
sin haberlo tenido,
la cabeza un casco de acero ardiente,
por pensamientos febriles de ayer,
el tic tac del reloj es tormentoso
como los martillazos.

Dagas de oro me incrustaron en el pecho
con atino, mirándome el rostro sin reparar
en la muerte que me causaba,
el parpado pesado ineludiblemente,
en un tiempo de hastió.

El día se enluta para un cortejo fúnebre,
que con lastimera prisa, acentúa una sed
asquerosa al pasar  junto a mi propio ataúd,
la mortaja sobre el alma,
con frio, en el vacío.