Cuantas horas
perdidas,
como agua entre los
dedos,
creí disfrutar,
el nácar celestial.
En la ternura de tus
brazos
y la dulzura de tus
besos,
tu presencia era
bálsamo
a mis heridas.
Me sacaste de horas
de insomnio,
el sol entro otra vez
a mi ventana.
Catedral de poesía me
regalabas mientras el
santuario de la
naturaleza
nos absorbía.
Murmurando con el
viento,
la belleza del amor
amanecía.
Entre vergeles y
cándidos
jazmines ávida, te
esperaba
al terminar el día.
Hoy con triste calma
te evoque,
muchos días estuve
moribunda de pena,
después de tu abandono,
creí morir.
amanece y voy
caminando por las calles,
sola otra vez.