16 de septiembre de 2020

AHORA






Quizás cuando el estío haya pasado y el ángel de la muerte

en su imparable corcel, reciba la tajante orden de detenerse,

muy pocos habrán entendido el valor, el sentido de la vida

y el incomparable placer de vivir la en absoluta armonía aun

en el peor de los días.

 

De repente todo cambio las familias y amigos quedaron

aislados obligada mente cada amanecer se convirtió

en un desconocido desafío, se vaciaron las calles, el eco de la

risas de los niños quedo orbítando en las desiertas tardes,

los pupitres sin ellos, las canchas deportivas desoladas.



 

Se oculto el ser humano, como se oculta la estrella al despuntar

el alba los trinos de  las aves fueron más claros, el resplandor

celestial para el león el elefante y la ballena, fueron supremos

cálices de oro de norte a sur… a ritmo delgado.

 

Si, reconociendo que se extraña la materia que es frágil barro,

y débilmente se pierde, se volvió entrañable un cálido abrazo

o un sincero te quiero, con el espíritu en jirones y el corazón

compungido en el silente anochecer las lágrimas furtivas e

inevitables  se marcaron en los rostros de tantas perdidas.

 

Al mirar pasar el velo fúnebre en los confines de la tierra

dejando una bruma densa de dolor y luto indecible, cada

minuto cada segundo en las familias de las naciones,

horas detenidas … ráfaga de trágicas noticias.

 

Pero no soltaron sus manos los invencibles los poderosos

seres de luz interior los que pese a las vicisitudes la moral

la mantuvieron en alto los que comprendieron que amarse,

es cuidarse mutuamente ayudarse  “ahora hoy” no después.

 

Son los que levantaron sus espadas del suelo para batallar

desde sus templos con energía, ahínco sin retroceder firmes

poniendo fin al sufrimiento, desde cada habitación de pie

o de rodillas con el rostro postrado y el miserere en los labios.

 

Ante lo innombrable el mapa desapareció los límites

fronterizos se borraron, al unísono las almas sintieron

el mismo dolor, la pena ajena rasgo el ser, la impotencia

ante la necesidad a sobre vivir y el temor a morir,

ante un enemigo mundial.

 

Cada alborada es una nueva esperanza, que desde el mayor

hasta el más pequeño de la parentela abra sus ojos a la

sacra luz que se extiende en la cordillera como en la

retorcida verde montaña, decretando vida a toda una

hermandad afligida.

 

Quizás el que no vuelva abrazar a su amada madre

O un hermano, un buen amigo e que restó importancia,

despreciando nuestro mejor regalo,

cuando el vacío eterno en su pecho sea un hueco infernal…

Quizás quizás.

 

Quizás…Ahora no después.