Acurrucadita en la ribera de
un transparente rio amanecí
un día de Agosto.
Viendo mi reflejo en la diáfanas
aguas que inevitables corrían
adheridas a su cauce.
Era tan inmensa su pureza que
no sabía diferenciar cuál era el
cielo o la tierra.
Rodeada de Líbanos cedros y
viejos conacastes, danzaba con pies
descalzos con mi cuerpo cubierto de
velos trasparentes, acompañados de
orquídeas y azucenas
Admirando el celeste cielo diferentes
especies de aves su concierto mañanero
entonaban, mientras daba gracias a la vida
por tan brillante día.
Mi danza detuve bajo un frondoso laurel
riéndome del pasado, solo en el recuerdo
quedaba la taberna que me tuvo esclava.
¡Caminaba! ¡Corría! ¡Saltaba!
sobre la hierba mojada, hilos de plata
entre la densidad de los árboles se colaba.
¡Tulipanes! ¡Blancos! Nooo!! ¡Rojos!!
¡Amarillos!¿Cuales llevo? ¡Todos!
disminuí el paso, llamo toda mi atención
una esplendorosa luz.
¡Absorta!¡Extasiada!
Me encontré en un inmenso espacio abierto
predominando en el lugar rosas de diversos
colores amapolas, margaritas, crisantemos,
nardos, flores que mi ojo no conocía.
Un fresco manantial con suave susurro les
hacia compañía, una lluvia dorada les envolvía.
Era tanta mi algarabía interna que parecía que
con alegría la naturaleza me recibía.
Excitada de toda esta maravilla,
caí sobre mis rodillas en posición agradecida
con alabanzas en mis labios, una densa y
cegadora claridad me cubría.